lunes, 5 de febrero de 2018

la españolada burlesca en celuloide rancio


En mayo de 1935 el ucraniano afincado en Francia Eugène Deslaw emprende para la productora Victofilm la realización de una serie de celuloides rancios, en este caso procedentes de los voltios de Gaumont, en la que tiene parte principal la locución humorística del veterano comediante Michel-Maurice Levy “Bétove”. La prensa recoge algunos títulos de la serie, como L’heritage (1935) —¿de Onésime et l'héritage de Calino (Jean Durand, 1910)?—, pero sólo nos es dado juzgar por la producción que ha llegado a nuestros días: Un monsieur qui a mangé du taureau (1935).

El origen está en la comedia homónima estrenada el 3 de mayo de 1909. Se trata de la clásica trama burlesca de persecución y trompazo con dos elementos originales. El primero de ellos es la idea motriz: el proceso de bestialización en el que se ve sumido un honrado burgués por ingerir carne de toro. Apenas terminada la comida un tipo escuchimizado se encasqueta unos cuernos inmensos que adornaban el saloncito y empieza a embestir a sus compañeros. La peliculita va hilvanando escenas slapstick en las que el orden burgués queda patas arriba. Primero los demás comensales, luego la servidumbre, más tarde, ya en la calle, los transeúntes y la policía son acometidos sin descanso por el hombre convertido en fiera. El problema de orden público alcanza tal magnitud que los gendarmes deciden telegrafiar a Sevilla y reclamar la presencia de Ricardo Torres “Bombita” y de toda su cuadrilla para acabar con el bicho. Después de una parodia de corrida con paseíllo por los mismísimos Campos Elíseos y salto de garrocha incluidos, cuando el matador —que no es, por supuesto, el propio Bombita, sino un anónimo comediante galo—, se dispone a entrar a matar, el hombre poseído por el espíritu del animal termina de hacer la digestión y vuelve a su ser. Los gendarmes lo apresan y los toreros saludan al púbico como si estuvieran en una función teatral.

Éste es el segundo elemento destacado de la película de Gaumont: su carácter conscientemente ficticio. La puesta en abismo de este saludo al público espontáneo de la corrida bufa, que es al mismo tiempo una reverencia al público de la sala de cine, se ve potenciada en otras escenas por artificios como la aparición del texto del telegrama sobre el encuadre del telegrafista enviándolo. En un momento determinado, el minotauro se enfrenta en la calle a un mulo, que no es otra cosa que un hombre con una tosca técnica pugilística y un disfraz equino que delata en todo momento su condición de tal.

Deslaw realiza, por tanto, una doble pirueta. En la escena de la oficina de telégrafos inserta un mapa en el que una flecha indica Madrid como destino del telegrama, a pesar de que acabamos de ver que el telegrafista lo enviaba a Sevilla. Al principio, una serie de fotografías encadenadas del explicador nos muestran su evolución de infante a provecto, subrayando el paralelismo con el tiempo pasado desde que la peliculita de Gaumont se proyectó por última vez. Bétove se lanza a tumba abierta desde esta misma presentación: tararea, explica lo que vemos, muge, hace chistes, lee las didascalias, hace las voces de todos los personajes y canta un pasodoble en español camelístico.

El resultado es una comedia bufa en la que el componente surreal procede del original, antes que de una desarticulación de intención vanguardista. Deslaw cumple como técnico de montaje y experto en trucajes de laboratorio, sin que podamos atribuirle ningún rasgo de autoría.

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